Stalin Rivas…”sin magia no hay paraiso”

Las décadas de los 60,70 y 80 transcurrieron en nuestro fútbol para decantar las condiciones que le tocarían enfrentar al predestinado de los 90. Sirvieron para estigmatizar al futbolista criollo, en cuyo dorsal quedó estampado el cliché de fuerte, bregador y aguerrido. Los mas afortunados quedaron inventariados como pequeños, pero rápidos. Los calificativos que engalanaban las marquesinas fueron reservados para aquellos que venían de las playas cariocas o los potreros rioplatenses. Los lujos y las exquisiteces fueron de exclusiva propiedad de los foráneos, dejando el overol y el martillo al jugador del patio.

Excepciones hubo, si. Y de qué talante. Quizás para confirmar la regla, pero vaya que las hubo. El Loco Luis y sus diabluras. El merideño Páez y su ductilidad. William Méndez y sus gambetas. Pedro Juan y sus taquitos lujosos; pero ninguno como el Merlín de Unare en el concepto global de la magia.

El Mago irrumpió en nuestro fútbol sin hacer antesala ni pedir permiso a los consagrados. Desde su debut plantó bandera y asumió de rey sin haber sido príncipe. Con el Cachamay en remodelación, hizo del Polideportivo Venalum su Olimpo particular y allí descendía cada domingo para hacernos creer que los dioses si existían. Fue la encarnación de nuestros sueños.  Los ruegos y súplicas de la secta de creyentes en el toque sutil, el túnel certero y la gambeta callejera habían sido escuchados, y su mesías había llegado con camiseta azul y negra, y el diez en la espalda. Su llegada y debut, a los 16 años, cambiaron la historia del equipo minero y con su zurda mágica comandó la obtención del único título de liga hasta el día de hoy.

A los pocos meses se asoció con un gran aliado: la alfombra verde de Cachamay. Un socio que quienes lo precedieron quizás nunca tuvieron, pero que Stalin, no solo supo aprovechar, sino que magnificó a su máxima potencia y juntos le regalaron a Puerto Ordaz, las tardes de magia mas impactantes que memoria alguna recuerde. Como era de esperarse, al poco tiempo Mineros, Guayana, Venezuela y América le quedaron pequeños al nuevo Rey Mago y fue a llevar sus trucos encantados a Europa, cuando aún en su presupuesto no aparecía la afeitadora. Luego de dos años en Bélgica, regresó a su adorada Guayana, esta vez a la acera del frente, Minervén, donde tuvieron una Copa Libertadores excepcional y el Orgullo de Unare se convirtió en el máximo goleador del continente con 7 dianas. Estaba en tope, en lo mas alto de la cima, casi tocaba el cielo con sus manos.

A todas estas, nadie se había detenido a pensar en el Stalin terrenal. Solamente cabía en nuestras mentes la imagen del prestidigitador que con su magia nos embrujaba domingo tras domingo y no había espacio para el adolescente abrumado que cambiaba de continente, de idioma, de entorno, de costumbres. El mismo que aparte de hacer milagros en las canchas, soñaba con hacer sancochos en el río y caimanear con sus panas de Unare.

Quizás allí comenzó a forjarse una de las personalidades mas complejas e inexpugnables en la historia de nuestro deporte. Incomprendido, como Maelo en su son montuno, al imberbe crack se le podría endilgar el no haber asumido el protagonismo mediático que su alta investidura futbolística le exigía. Siempre esperando la ansiada madurez que los años otorgan, Stalin alternó sus éxitos en las canchas con los desatinos fuera de ella. Huérfano de un manejador que le iluminara el camino. Díscolo y esquivo, creó la imagen del líder dentro de un entorno muy cerrado en un círculo difícil de penetrar, pero que quienes lograron hacerlo, disfrutaron de las bondades de un amigo excepcional y fiel hasta la muerte. Aquellos que tuvimos que conformarnos con mirarlo desde afuera, sentimos con impotencia, la sensación de habernos perdido la mejor versión del Mago.

En el mas estricto sentido de la crítica pragmática que a un futbolista profesional se le pueda realizar, Stalin siempre estuvo a la altura dentro de las canchas. Por encima del promedio y con las mas altas calificaciones. Cuando el oxígeno escaseaba y las rodillas empezaron a flaquear, tuvo la inmensa virtud de parcelar la cancha a su conveniencia, con una lectura particular de sus limitaciones, para dosificarse y aparecer, con su bastón y su chistera, sentenciando los partidos con esos chispazos mágicos. Luego de dejar su huella en Bélgica , Caracas fue el refugio perfecto para conservar ese bajo perfil que su personalidad introvertida le exigía, y el anonimato cómplice que le brindaba la mole de luces y concreto para pasar inadvertido. Los Demonios Rojos guardan en lo mas íntimo de su memoria aquellas ráfagas del Mago Sabio en su ruta de despedida, no sin antes colgarle tres estrellas al escudo capitalino.

Si algo no se le perdona a Maradona, es esa actitud de hacernos sentir culpables sus desgracias. De victimizarse. Perdónanos Diego por haberte sacado de Villa Fiorito y haberte hecho millonario y famoso, pareciera ser la súplica del mundo entero. Si en algo difiere la actitud irreverente que marcó a Stalin desde mozalbete hasta nuestros días, es en la autenticidad asumida de haber sido él, Stalin Rivas, El Mago y nadie mas, quien marcó el rumbo de sus éxitos y fracasos. Sin alegar complicidad o autoría intelectual de alguna otra persona. Ha sido hechura de sus propias convicciones, arrastrando, quizás en demasía, las marcas que la inmadurez adolescente, dejan en la formación del futbolista precoz. Pero para regocijo propio le quedará la satisfacción de su autenticidad y de no haber traicionado sus cánones y códigos personales.

A nosotros nos quedará la convicción de que pudo habernos dado mucho mas. Sus glorias y triunfos, que fueron bastantes, no llegaron a ser suficientes y pudieron haberse multiplicado sin techo que los detuviera, pues todavía, no hemos visto a un compatriota después de Stalin, con las condiciones, sutilezas y atrevimiento de su zurda,(con permiso de Juan el maracayero)ni la capacidad de desborde que su cintura e inteligencia generaron durante mas de una década. En la retina de miles de guayaneses, venezolanos, belgas, bogotanos y amantes del fútbol mágico, siempre existirá guardada una perla multicolor matizada de fantasía que les regaló nuestro mago Stalin Rivas.

 

Jaime Ricardo Gómez