Oro, fútbol y masacres

La agresión a un árbitro venezolano, desencadenó una serie de reacciones que picaron y se extendieron por el mundo. El horror quedó reflejado en la acción desbordada de los jugadores del club Minasoro de la tercera división. Si no hubiese sido por la omnipresencia de la tecnología, que registró con ojo acusador el hecho, pudo convertirse en algo anecdótico, contado por los presentes en tamaña trifulca.

No será el último árbitro que agredan en Venezuela ni en el orbe. Es una profesión riesgosa, en la que se intenta ahora enmendar errores con la aplicación del video asistido (VAR). Aún con esta herramienta, quedan historias bélicas que contarse.

De El Callao, la llamada cuna del fútbol venezolano, procede Minasoro, que se jacta de ser el club más añoso del país. Una zona que, sobre el sur extremo de Venezuela, es epicentro de una rebatiña por el aúreo metal, en la que son cotidianidad los anuncios de enfrentamientos y muertes. Tierras mancilladas por manos inescrupulosas que acaban con el frágil ecosistema, arrastrando hordas dispuestas a todo, en medio de condiciones infrahumanas.

En ese ambiente se hace fútbol en el carnavalérico reducto de El Callao y sus vecindades, territorios en los que el oro ha sido el signo y el sino de su fama. Un pueblo que cuenta leyendas maravillosas desde mediados del siglo XIX, con la llegada de los ingleses y corsos atraídos por la fiebre dorada. Si allí hubiera nacido García Márquez, su pluma prodigiosa les habría dado el mismo producto a las letras americanas.

Los muchachos que agredieron al árbitro, estén seguros, no tienen vocación de llegar a ser grandes futbolistas para salvar su destino. Sólo el oro es capaz de redimirlos. El balón es el instrumento que los inserta en   las querencias de un colectivo rural, que siempre estará dispuesto a reservarles un cariño especial por la representación deportiva del pueblo.

Poco o ningún efecto va a producir en los jugadores suspendidos, una sanción federativa de por vida. En contraposición, si va a tener un efecto devastador el castigo sobre una divisa que no debe pagar las costas de la inconsecuencia de un grupo de jugadores, que tomaron justicia por sus propias manos.

Minasoro y su trayectoria están por encima de una jornada terrible que ha empañado su existencia. Hasta ahí. Lo demás es patear la ilusión y la alegría de un pueblo que lo tiene entre sus hijos dilectos.

Por: Carlos Dickson Pérez