José Luis Dolgetta: El Goleador de América que aprendió a esperar

En el minuto 67 era vergüenza, una goleada de 2850 metros de altura. El lamento de siempre. La historia sin fin. En el minuto 68, sin que nadie lo advirtiera, en el Estadio Atahualpa estaba empezando una metamorfosis en los pies de un jugador y en el alma de un equipo. De sus pies salieron alas. Comenzó a volar desde la mitad de la cancha, como un Hermes del Cotopaxi. Cuando Echenausi levantó la cabeza le faltaban más de 20 metros para llegar al área, pero no importaba. Iba en el aire. Segundos antes, el defensor gringo Paul Caligiuri lo vio de frente a varios metros; en el primer parpadeo lo tenía al lado; en el segundo, ya lo había perdido y sólo pudo ver el 9 que tenía en su espalda. Echenausi le pegó seco, tac, una caricia y la pelota viajó a un lugar imposible. El hombre de pies alados llegó para atropellarla con el pecho, cortó hacia el centro y a la salida del arquero Friedel le pegó de zurda, acomodándola en el fondo de la red. La pizarra marcaba USA 3, VEN 1. En el minuto 68, un hombre hermanado con el viento empezó a cambiar la historia de un partido y de su propia vida.

La jugada, mitológica, fue el tercer gol del jugador en la Copa América de 1993 celebrada en Ecuador, la noche del 22 de junio, cuando se enfrentaron las selecciones de Venezuela y Estados Unidos. Doce minutos después anotó el 3 a 2, siendo su cuarto gol en la Copa. Venezuela empató ese partido gracias un gol sobre la hora. Esa noche, el hombre de los pies alados, el mensajero del gol, José Luis Dolgetta Ascanio, comenzaba a escribir, quizás, la única historia gloriosa de la selección vinotinto en el concierto sudamericano. Ciertamente la única. Dolgetta se convertiría en el primer venezolano goleador de una Copa América, el torneo de selecciones más antiguo del mundo.

Ésta es la historia de un encarador, de un tipo que miraba de frente a los rivales que encontraba en su camino, dentro y fuera de la cancha. Un corajudo al que le faltó cintura para regatear los sinsabores de una actividad con estructuras tan frágiles como la memoria de su gente.

 

José Luis fue un niño que andaba sin apuro. Logró entender que el apuro es hermano del cansancio. Tal vez por eso empezó tarde. Pateó su primera pelota recién a los 12 años. En su casa, ubicada en la ciudad de Valencia al centro de Venezuela, fue construyendo su personalidad bajo el ejemplo de sus viejos. Sixta, venezolana, metódica y organizada, le ponía las normas con complicidad y cariño. Giovanni, italiano de carácter áspero como sus manos de latonero, le enseñó el valor del trabajo y la constancia. De él acuñó una frase que lo marcó con la fortaleza del acero: “La palabra de un hombre vale más que un papel firmado”.

Jugaba béisbol con los niños de su barrio, hasta que un día apareció un vecino con unos palos que servirían de arcos y les cambió los guantes y el bate por un balón de cuero número 5. El gallego Antonio Sánchez, albañil de profesión, levantó las improvisadas porterías y les enseñó los fundamentos del juego, que se parecían mucho a los de su oficio: tirar paredes, construir espacios y armar jugadas. José Luis lo recuerda con cariño, afirmando que “gracias a Antonio aprendí a jugar al fútbol y pude lograr todo lo que logré”.

 

 

A sus 15 años, cuando la familia se hizo socia de la Hermandad Gallega, empezó a jugar en serio. Pasó por todos los puestos en la cancha. Fue defensa y portero hasta que su entrenador, el uruguayo Víctor Filomeno, descubrió el alma de delantero que llevaba escondido Cultivó la paciencia que debe tener un 9 de área. Esperaba su oportunidad ensayando el viejo truco de andar por las sombras, para aparecer de repente y mandarla a guardar. Salieron campeones en Infantil A (15-16 años) y terminó como máximo anotador del torneo. En Juvenil también fueron campeones y a los 16 años lo quiso contratar el Ford Motors de Venezuela para jugar en segunda división profesional. Doña Sixta no lo permitió, por considerar que era muy joven y debía terminar el bachillerato. La leyenda del hombre de los pies alados tendría que esperar un par de años.

Dolgetta debutó profesionalmente al cumplir su mayoría de edad. En el Valencia F.C. empezó su andar en la segunda división y fue el máximo goleador en los dos torneos que jugó en la categoría. En el último salieron campeones y gritó en 31 ocasiones. Esa cantidad de goles llamó la atención de Guillermo Valentiner, dueño del Caracas F.C., quien puso un cheque firmado sobre la mesa del Valencia diciendo: “pónganle la cifra que quieran”. El equipo dueño de su ficha, recién ascendido a Primera, no lo quiso vender y su llegada al Caracas quedaría para más adelante.

Hermandad Gallega. Categoría Juvenil. 1986

Debutó en Primera con la desfachatez de siempre, sin el miedo escénico que se apodera de los principiantes. Frente al Portuguesa, con una volea desde afuera del área, se bautizó como debía, como el mensajero del gol que el país conocería. Filomeno, quien después de la Hermandad Gallega lo dirigió en el Valencia, lo describe como “un tipo sumamente competitivo, concreto, solidario y muy disciplinado; dice que no era un dechado de virtudes técnicas pero que su rapidez y decisión hacían la diferencia.

Estaba hecho para cuadros grandes. Su carácter, personalidad y alianza con el gol lo llevaron a transitar por los mayores equipos del país. Empezó en el campeón de ese año, la Universidad de Los Andes, y sus goles lo llevaron al más grande de la época: el Deportivo Táchira. Llegó a San Cristóbal un 31 de julio de 1992, un día antes de cumplir los 22 años. Fue recibido con hostilidad por un influyente sector de la prensa por ser un goleador de segunda división, sin los pergaminos, ni el recorrido, que se esperaba para el 9 del Táchira.

Lo pidió Richard Páez, el técnico que años más tarde revolucionaría a la selección nacional. Páez recuerda que “no lo veían como un goleador para un equipo tan grande, pero José Luis Dolgetta se encargó de demostrar que la raza goleadora es para pocos, es para los diferentes que tienen en su ADN esos perfiles que determinan cuándo un jugador va a ser campeón o un goleador”. Agrega que era “indomable, perseverante, cabeceador letal, con apariciones de ráfagas, que demostró que es más importante aparecer que estar. Reclamaba todos los pases de gol. Era un luchador empedernido y con un temperamento ilimitado para el combate, sea de local o de visitante. Era un goleador de raza”. En sus primeros 8 partidos, de la Copa Venezuela, gritó 7 goles. Ese mismo sector que lo rechazaba, se rindió a sus pies. También la hinchada aurinegra empezó a adorarlo por su condición de goleador guapo, de estirpe, que “corría y metía”. Hacía más goles de visitante que de local. Era lógico, de visitante tenía más espacio para volar.

Al año siguiente, fue convocado a la selección nacional por el DT Ratomir Dujkovic, un yugoslavo que venía de ser el entrenador de porteros del Estrella Roja de Belgrado, campeón de Europa e Intercontinental en 1991. En un amistoso de preparación contra Colombia, Dolgetta quedó mano a mano contra René Higuita en un par de ocasiones. Falló estrepitosamente y la prensa no tardó en “matarlo”. Las críticas fueron feroces. Frontal, impulsivo, fue a la habitación de Ratomir y le presentó la renuncia argumentando que por su culpa terminarían echando al técnico. Este gesto impresionó, o conmovió, al entrenador, quien lejos de aceptarlo le prometió que juntos llegarían a la Copa América de Ecuador de la mejor forma posible. Ratomir se quedaba con él luego de los entrenamientos, practicando la definición. Horas y horas abonando su amistad con el arco, su pasión por las redes. El resto es historia. En junio del ’93 sus alas lo llevaron a ser el goleador de la Copa América de Ecuador donde hizo 4 goles en 3 partidos, superando a Batistuta, Hurtado y Avilés, quienes disputaron 6 encuentros. Sintió que había llegado al cielo. Creyó que el país lo iba a abrazar, reconociéndolo. Fue nominado al premio de Atleta del Año que otorga el Círculo de Periodistas Deportivos. Nadie podía imaginar que Dolgetta quedaría ubicado en el décimo lugar de la lista. Cuando lo recuerda, musita con amargura: “Por primera vez un venezolano había salido campeón goleador de una Copa América, que no es fácil, pero nadie es profeta en su tierra”.

El periodista mexicano Ilshe Quiroz, escribió años después (en el portal futbolsapiens.com): En 1993 convulsionó al fútbol venezolano con una actuación brutal en la Copa América. José Luis Dolgetta le daba a Venezuela el primer título de goleo en su historia, al firmar cuatro tantos. Sus 4 goles lo encumbraron como goleador único de la justa internacional, por encima de Batigol y de Zamorano, pero para su desgracia a ningún gran medio venezolano le importó un carajo en ese momento. Muy pocos venezolanos notaron la grandeza de tal acción magistral”. El reconocimiento no llegaría todavía. Tendría que esperar.

Fuente: Diario Meridiano

Dos años después, bajo las órdenes de Rafa Santana, fue convocado para la Copa América de Uruguay donde hizo 2 goles en 3 partidos, para llegar a un total de 6 goles en el torneo, cifra que aún no ha sido alcanzada por otro jugador vinotinto. A partir de ese momento, empezó una difícil relación con sus empleadores y con la prensa que lo había menospreciado. Con 25 años, Dolgetta ya no era el “goleador de la segunda” con quien se trataba por encima del hombro, ahora era el goleador de América que negociaba sus propios contratos.

Al volver de la Copa en Uruguay fue pretendido por Humberto Arias, presidente del Deportivo Cali. Viajó a Colombia para cerrar su incorporación en el equipo azucarero. Una fracción de la directiva y un sector de la prensa se oponían a la contratación de un jugador venezolano. El médico del cuadro caleño, tras la revisión, argumentó que tenía la rodilla destrozada y debían hacerle una operación de levantamiento del tendón rotuliano, lo que derivaría en una recuperación de entre 7 y 8 meses. Con ese diagnóstico la contratación, lógicamente, se caía. En una reunión con el presidente Arias, Dolgetta le aseguró que el problema de la rodilla era totalmente falso y se comprometió a romper el contrato, inmediatamente, si se llegaba a confirmar el diagnóstico del médico. Arias no aguantó la presión y la primera experiencia en el extranjero del goleador de América, también, debió aplazarse.

Regresó a San Cristóbal, sin equipo, y pasó en su auto por la sede del aurinegro. Cuando lo vieron le pidieron que subiera a las oficinas para firmar el contrato, pero se negó por estar en pantalones cortos. Dijo que “un contrato no se podía firmar en shores” y fijaron una hora para la tarde. Llegó puntual, como siempre; pidió una cifra “que no era abismal” y el presidente le respondió: “por ese dinero prefiero contratar a un extranjero mejor que tú”. Se levantó de la silla, se despidió respetuosamente y salió de la oficina. Esa misma tarde, dos horas después, lo llamaron del Caracas F.C., el otro grande de Venezuela. Habían pasado 7 años del cheque en blanco que había puesto Valentiner para contratarlo. Bajo las órdenes de Manuel Plascencia jugó 52 partidos de los 54 que tuvo el campeonato; estuvo ausente en 2 por acumulación de tarjetas. Terminó como máximo goleador de ese torneo con 22 gritos y confirmó, callado, que la rodilla estaba perfecta.

Lo quisieron contratar de Estados Unidos para el lanzamiento de la MLS (Mayor League Soccer) y el Caracas le pidió que se quedara hasta finalizar la Copa Libertadores. Aceptó y siguió jugando hasta la eliminación en la Copa. Había cumplido su palabra y esperaba lo mismo del Caracas, pero le negaron la baja y no pudo llevar sus goles al incipiente fútbol yanqui. Su salto al fútbol internacional, otra vez, se postergó.

Después de bloquearle la posibilidad internacional, el Caracas F.C. no le renovó y continuó su carrera en el recién fundado Atlético Zulia, donde fue campeón del torneo apertura. Al finalizar el año tampoco le renovaron. Empezó a sentir que le “pasaban factura” por ir siempre al frente. Se fue convirtiendo en un tipo incómodo para el sistema. Decían que era “guerrillero” porque exigía mejores condiciones para los jugadores. Viajaban en buses incómodos, dormían en hoteles de segunda, comían lo que había y casi siempre recibían sus sueldos atrasados.

En el ’97 llegó a Estudiantes de Mérida, otra vez pedido por Richard Páez, y le agradeció la confianza volviendo a ser el máximo artillero del campeonato, con 22 goles. En el ’99 regresó a la capital, llamado por el Italchacao, donde también salió campeón y con el nuevo milenio llegó su primera, y única, experiencia en el fútbol internacional. Era en Ecuador. La tierra que le traía tan gratos recuerdos. Se fue al Técnico Universitario de Ambato. Estuvo un semestre, donde no pudo demostrar su brillo y los problemas económicos del club lo obligaron a regresar a Venezuela. En su ciudad natal volvió a ponerse los colores del Carabobo F.C. Estuvo un mes y medio y no aguantó más. Se cansó de la improvisación, desconsideración e irrespeto y decidió retirarse en octubre del 2000, con apenas 30 años. Siente que el tiempo le dio la razón porque pocos años después los equipos venezolanos viajaban en avión, paraban en hoteles 5 estrellas, contaban con nutricionista y los jugadores estaban al día en sus pagos.

Empezó tarde a jugar al fútbol y se retiró pronto. Se fue dejando un registro de 175 goles en su vida profesional. Pier Paolo Pasolini, el cineasta italiano, decía que el gol era un hecho poético y que el goleador de un torneo es “el mejor poeta del año”. Dolgetta fue el mejor poeta del fútbol venezolano en 4 de los 12 años que estuvo recitando.

Para algunos jugadores el retiro es “ese infierno tan temido”. Muchos no saben qué hacer el día después. Eso lo vivió Dolgetta. “Uno cree que va a ser jugador toda la vida y no me preparé para el día siguiente”, dice. Le tocó jugar en una época donde se cobraba en Bolívares devaluados y no se recibían grandes sueldos. Gracias a su disciplina y organización logró guardar algo de dinero para comprar un departamento y un auto nuevo que convirtió en taxi. Mientras hacía el curso de entrenador, manejaba el taxi por las calles de San Cristóbal. Esperó 3 años para volver a la cancha dirigiendo categorías sub-20 y 5 años para regresar al fútbol profesional, primero como asistente y luego convertido en Director Técnico.

En 2007, cuando se jugó por primera vez la Copa América en su país, recibió el llamado para el homenaje tan esperado. Fue elegido para dar la patada inicial en la inauguración de la Copa cuando Venezuela enfrentó a Bolivia. Habían transcurrido 14 años de su logro histórico. Buscó durante una semana una corbata de color vinotinto para combinar con su traje de color negro. Aunque no pudo conseguirla, llegó trajeado como la ocasión merecía. Alguien del protocolo se le acercó para decirle que habían llegado los presidentes Hugo Chávez y Evo Morales, vestidos en jogging deportivo; además, Diego Maradona estaba en remera y jeans, por lo que le pedían que se sacara la camisa y el saco para ponerse una camiseta vinotinto. Se negó a hacerlo y amenazó con no bajar a la cancha. Terminó imponiéndose y participó en una ceremonia que no estaba hecha para él. Era un tipo discreto, incapaz de codearse con tamaños egos. Apenas apareció en la foto. Cuando volvió a su casa, sin flashes ni fuegos de artificio, sintió que había sido un simple actor de reparto en una obra de propaganda oficial.

Tuvo que esperar dos años más para que lo reconocieran como uno de los grandes valores del continente. El 29 de enero de 2009, en la inauguración del Museo del Fútbol Sudamericano de la Conmebol en Paraguay, recibió el homenaje que había soñado durante 16 años. Ese día sintió que toda su carrera había tenido sentido. Que la espera había valido la pena, que sería recordado por el mundo del fútbol sudamericano.

En marzo de 2018, como millones de venezolanos, emprendió la ruta de los emigrantes y luego de dos días de viaje llegó por tierra a la mitad del mundo. Como buen futbolero, siguió su cábala y eligió el país donde siempre le fue bien: Ecuador. El lugar que lo puso en la gloria eterna del fútbol. La gloria que le negó su propia tierra. Richard Páez cierra esta historia reflexionando: “José Luis Dolgetta forma parte de esa generación olvidada del fútbol venezolano (…) El que no piensa y reconoce el pasado no tiene derecho a tener un futuro de nivel élite. Y eso Venezuela lo tiene que aprender”. Mientras llega ese día, el goleador de los pies alados, el mensajero del gol, seguirá demostrando que sabe esperar.

 


Daniel Eguren
@eleguren
danieleguren@gmail.com