Club Sport Marítimo de Venezuela: el Fenómeno del pueblo que el Poder apagó

*El relato de Elio Quintal, testigo de la gesta y ocaso del equipo que conquistó el corazón del fútbol venezolano, revela cómo una historia de éxito se truncó por un choque de egos y una decisión administrativa.
Por Ricardo Cabrera
El olor a césped del pequeño campo del Colegio Don Bosco en Boleíta fue la escuela donde Elio Quintal comenzó a forjar su amor por la dirigencia futbolística. Allí, en 1982, como un voluntario «utility» del Deportivo Portugués, jamás imaginó que sería testigo y arquitecto de una de las epopeyas más brillantes y trágicas del balompié venezolano: el auge y la desaparición del Club Sport Marítimo de Venezuela.
Desde sus inicios como colaborador en un equipo lleno de necesidades, hasta convertirse en el coordinador general y secretario general del fenómeno rojiverde, Quintal vivió cada paso. Su relato no es solo una crónica, sino un testimonio cargado de la pasión de quien vio nacer, crecer y morir a un gigante.
Los Cimientos: De las Cenizas del Portugués a un Sueño en una Fiesta
La historia del Marítimo nace de una frustración. A finales de 1984, la directiva del Deportivo Portugués decidió retirar el equipo de la fase final por falta de fondos. «Los jugadores prefirieron quedar sin salario, pero jugar», recuerda Quintal. Esa lección de amor por la camiseta quedó grabada.
La chispa se encendió en una fiesta del grupo folclórico «Perla del Atlántico» en el Madeira Country Club. «Ahí se reencuentra Rufino [Gomes] con Mario [Pereira], le cuenta la historia de lo que ocurrió con el Deportivo Portugués y de la frustración… y surge la idea de por qué no hacerlo con el Marítimo», narra Quintal. De esa conversación, en medio de la música y el baile, nació el proyecto.
Con una velocidad inaudita para la época, organizaron una reunión al día siguiente en el restaurant «Delicias del Mar». «En esos días no era tan complicado como ahora para inscribir un equipo, solo una carta, pagar una inscripción y listo», explica. Reclutaron a Rafa Santana como técnico y armaron un equipo con los jugadores del extinto Portugués que habían quedado a la deriva.
El Nacimiento de un Fenómeno: Puntualidad, Familia y 26 Victorias
El Marítimo de 1985 fue una revolución en la segunda división. Implementaron un modelo de gestión inédito: pagos puntuales de 1000 bolívares mensuales más bonos por victoria, patrocinios como el de Coca-Cola, un sistema de socios entre comerciantes portugueses y una conexión visceral con la comunidad.
«Marítimo terminó invicto, no llegó a perder ningún encuentro», afirma Quintal con orgullo. De 28 partidos, ganaron 26 y empataron 2. Pero el éxito no era solo deportivo; era social. «Los portugueses trabajaban de lunes a domingo… cerraban los negocios y se iban para el estadio a ver el Marítimo. Iban la familia completa». El estadio Brígido Iriarte se convirtió en un punto de reencuentro para inmigrantes que no se veían desde Portugal. Era más que fútbol; era un fenómeno cultural.
La Cima: Tetracampeones e Innovadores
Ascendieron y de inmediato hicieron historia. En su primera temporada en Primera División quedaron terceros, y en la 1986/87 se coronaron campeones por primera vez. Seguirían tres títulos más (87/88, 89 y 92/93), consolidando una dinastía.
«Marítimo también fue siempre un equipo innovador», destaca Quintal. «Yo creo que fue el primero que tuvo un jefe de prensa… psicólogo, uno de los primeros con preparador físico, médico… teníamos un circuito radial». Eran profesionales en una era de amateurismo. Jugadores como Daniel Nikolac, que estableció una marca de 992 minutos sin goles, Herbert Márquez, Franco Rizzi y Héctor Rivas se convirtieron en ídolos eternos.
El Ocaso: Un Choque de Egos que Apagó la Luz
La caída comenzó con una tormenta perfecta. La crisis política y económica de 1994, tras la destitución del presidente Carlos Andrés Pérez, secó los patrocinios. «Las empresas que patrocinaban al Marítimo se estuvieron de seguir apoyando… hubo pocos ingresos», recuerda Quintal.
Forzados a mudarse al estadio «Guido Blanco» de Guatire, con un equipo más humilde pero aún competitivo, lograron clasificar al Hexagonal Final. Fue entonces cuando la Liga Profesional, presidida por Laureano González, aplicó con rigor inusitado su «Resolución 001», que exigía un aforo mínimo de 5.000 personas. «Fueron allá [a inspeccionar] un día de semana… y obviamente en esos días el equipo no tenía para qué tener alquiladas las tribunas portátiles».
A pesar de conseguir un documento notariado del Deportivo Italia para jugar en el Brígido Iriarte, la Liga, en una decisión que Quintal califica de personal, excluyó al Marítimo del torneo y lo reemplazó por el Unión Deportiva Lara. «Marítimo, al sentirse sin derecho a su legítima defensa… tomó la decisión… de ir a la justicia ordinaria».
Fue un movimiento fatal. La FIFA prohíbe acudir a tribunales civiles. La Federación Venezolana de Fútbol, entonces presidida por Rafael Esquivel, llevó el caso a Zurich. El castigo fue ejemplarizante: desafiliación, descenso a Segunda División y una multa cuantiosa. Intentos de reconciliación fracasaron por los «orgullos» y la disputa de quién pagaría los costos judiciales.
El Arrepentimiento y la Herida Abierta
El final está marcado por el remordimiento. Años después, Quintal se encontró con los protagonistas de la tragedia. «Rafael Esquivel… me decía que él estaba arrepentido de haber apoyado a Laureano González». Del propio Laureano González obtuvo una confesión: «Esa fue la peor decisión de mi vida… no me miraba, bajó la cabeza».
Pero Quintal también es autocrítico: «Por la parte del Marítimo también creo que muchas veces el equipo se creyó indispensable… creo que ahí nos dominó mucho el orgullo». Fue un choque de titanes donde el fútbol perdió. «Vimos que después en el tiempo esos puntos de la Resolución se violaron por parte de otros clubes y no pasó nada».
Treinta años después, la historia del Marítimo sobrevive en grupos de Facebook y en la memoria de quienes vivieron sus domingos de gloria. Es la leyenda del equipo de un pueblo que, desde la humildad y la pasión, tocó el cielo y cuyo final no se escribió en el campo de juego, sino en una fría sala de juntas, un recordatorio eterno de que en el fútbol, a veces, los mayores goles se reciben fuera de la cancha.